La red by Juan Luis Cebrián

La red by Juan Luis Cebrián

autor:Juan Luis Cebrián [Cebrián, Juan Luis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Sociología
editor: ePubLibre
publicado: 1998-01-01T00:00:00+00:00


El derecho a la intimidad…

Si los estados tienen razones para preocuparse por su seguridad, mayores son las de los individuos que operan en una red abierta, multiforme, en forma de tela de araña, y en la que el anonimato reina por doquier. Una de las características del ciberespacio es la facilidad con la que uno puede ser asaltado, no ya cuando pasea por el mismo sino, incluso, cuando está tranquilamente en casa. Precisamente por su carácter informal, autoorganizativo y caótico, las redes son extremadamente vulnerables. No existe ninguna seguridad respecto a lo privado de los intercambios, sean económicos, amorosos o de cualquier otro género, salvo que se utilicen sistemas de codificación y cifra. Algunas empresas privadas han puesto a disposición del mercado poderosas tecnologías de este tipo, que permiten garantizar un total secreto en las comunicaciones, pero los gobiernos se oponen a autorizar su exportación, y permitir con ello su instalación y uso en el sistema global, so pretexto o con motivo de la eventual utilización criminal de dichos métodos. Este es el caso del programa PGP[45], que codifica la información mediante el uso de contraseñas de uso personal. Pero si no somos capaces de cifrar los mensajes, al estilo de los espías, en principio todo lo que circula por Internet se puede copiar por un tercero. Quienes administran los servidores de acceso están en condiciones, naturalmente, de leer nuestro correo electrónico y los piratas de la red no tendrán muchas dificultades en penetrarla. Los rastreadores para interceptar mensajes y los programas que permiten conectar con un servidor remoto se comercializan normalmente en todas las tiendas del ramo.

Llama la atención que, estando las autoridades políticas de tantos lugares tan obsesionadas con la protección de los ciudadanos respecto al contenido de los mensajes que pueden recibir, se haya avanzado tan poco en garantizarles idéntica tutela en lo que concierne a su intimidad personal y a su vida privada. Por un lado, el rastro que dejan las comunicaciones en los servidores de acceso es absoluto. Nuestro correo electrónico puede ser leído impunemente. Por otro, al utilizar el sistema telefónico, o al converger con él, la fragilidad de las garantías respecto a un intercambio seguro de informaciones en Internet es formidable. Un informe de la Comisión Federal de Comercio de los EE UU señala que el 90% de las páginas web comerciales obtienen y clasifican datos sobre los usuarios que las visitan. Sólo un 14%, en cambio, informan de dicha actividad, y únicamente un 2% tiene una política pública en materia de intimidad. Las leyes de protección de datos y otras similares, que tratan de asegurar un buen uso de los registros informatizados, sean privados u oficiales, no suelen tener en cuenta esta situación. La paradoja es que un sistema que presume de ser participativo, universal y abierto ofrece también la posibilidad de un control casi total de los ciudadanos si éstos no obtienen seguridades de que los bancos de datos donde se encuentran depositados sus indicaciones personales, profesionales y familiares no pueden



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